Musa (14)

Lo seguí hasta verlo desaparecer en una casa en ruinas.

Desde afuera lo único que veía era un muro de ladrillos rotos, con una puerta en la que colgaba una tela sucia y rota.

 

Entré tratando de no hacer ruido, como si pudiera ahuyentarlo con mi intromisión. La habitación era grande, sin ventanas, con unas pocas luces eléctricas encendidas. En la penumbra veía muebles viejos y rotos, botellas, papeles, basura esparcida por todo el lugar.

“Por aquí”, lo escuché decirme.

Atravesé el salón en tinieblas hasta la entrada de otra habitación, que estaba en completa oscuridad.

“Dame un momento”.

Escuché el sonido, como de un motor al encenderse, y todo se iluminó.

Frente a mí El Artífice se erguía junto a un pequeño generador con el que podía darle energía a su hogar.

“Seguramente te confunde que haya hecho esto para encender las luces”, me dijo sonriendo ante mi confusión. “Estamos en una Musa, sí, no lo dudes, pero bueno, me gustan los pequeños detalles. Podría haber hecho que la habitación se iluminara con un estallido, podría haber eliminado el techo completo y que el sol brillara sobre nosotros como si nada. Pero esta Musa tiene que enviar un mensaje, ¿entendés?”.

No podía hablar. Me sentía paralizado. Frente a mí un chico de unos veinte años, delgado, con el pelo largo y una barba rala. Vestía de negro completamente y sus ojos brillaban como disfrutando una broma privada.

La habitación era más pequeña que la otra, pero estaba llena de bibliotecas con libros antiguos, discos en vinilo y CD, películas en VHS y DVD, toda tecnología obsoleta ya. A la izquierda había un televisor de los viejos, muy grande, conectado a un equipo de audio y video que atrasaba quince años. En la pared de enfrente había una cama grande. En el centro, un sillón junto a una mesa ratona. Las paredes cubiertas de pinturas, posters de cine, música y comics.

“¿Eres El Artífice?”, pregunté como un tonto que ha encontrado a Dios en el desierto y piensa que está drogado o loco. “¿Este lugar existe fuera de aquí?”

“Bueno, ése es uno de mis alias” dijo mientras se apoyaba en el respaldo del sillón.

“Este lugar es una mezcla en realidad. Un poco el lugar donde vivo ahora, mi cuarto adolescente, la habitación de mi abuelo, tal como logro recordarlos”.

“¿Es uno de tus alias?” pregunté sorprendido.

“Sí, es con el que firmé mi trabajo más elaborado. Lo conocés, lo sé. Gracias por tu calificación. Fue muy importante para mí. Uso otros nombres para hacer experimentos, ideas que no logro desarrollar”.

Mientras lo escuchaba comencé a recorrer la habitación, a mirar los libros, las películas, los afiches y cuadros colgados en las paredes.

“Todo esto es muy viejo. Reconozco muchos de los libros por mis estudios, pero he leído sólo versiones digitales de la mayoría y ya hace mucho tiempo. Ya no leo” le dije mientras ojeaba un ejemplar de Los Siete Locos de Roberto Arlt.

“Yo prefiero leer que usar RCEC, la verdad. Me hubiera gustado ser escritor. Pero cuando apareció la tecnología, además de que la disfruté, me di cuenta de que ya nadie leería libros, ni vería películas. La música es lo único que ha sobrevivido a las Musas, ¿no? Aunque la mayoría se disfruta al estar conectado.”

“Sí, es cierto. Al ver este lugar que creaste ahí afuera me di cuenta de lo adictos que estamos todos a las RCEC”.

“Este lugar no lo creé yo, eh, la entrada, las calles, la ciudad y la fuente existen en nuestra ciudad. Me siento muy orgulloso de mi trabajo en eso. Si hay algo llamado “realismo” en nuestra disciplina, creo que he hecho el mejor trabajo que se puede hacer.”

“¿Y los niños?” le pregunté nervioso.

“Los niños existen, aunque por supuesto, los que podés ver en esta Musa son una pobre sombra de los verdaderos. Si viste que estaban contentos y te contagiaron un poco esa alegría, deberías conocer a los reales. Salvo esta habitación como la ves, todo lo demás existe, el pueblo y su miseria, la locura por conectarse de los más pobres, los niños, los muertos en la entrada.”

“¿Y por qué, por qué decidiste recrearla? ¿Por qué decidiste volver a firmar con tu nombre justo esta Musa? ¿Después de tanto tiempo de no darnos nada nos das esto que nos hiere profundamente en el amor que tenemos por las RCEC? ¿No hay nuevas creaciones a parte de esta que lo único que logra es desear no conectarse nunca más?” dije enojado, desilusionado, haciéndole caso al fan dentro mío, que se sentía traicionado.

“Hay más creaciones, si, distintas. Quizás más disfrutables. Me he pasado los últimos años trabajando sin parar y lo he pasado bien. Creo que hice un buen trabajo y vas a poder disfrutarlo también. Pero he llegado a un punto en el que necesitaba decir algo. Necesitaba usar mi última Musa para explicar lo que estoy sintiendo”.

“¿Tu última Musa?” le pregunté con desesperación.

“Sí, ésta es la última”.

 

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